Desde septiembre del año pasado paso cada lunes y miércoles por delante del palau Güell, de camino hacia la escuela de idiomas donde estudio francés.
Quizás ya estaba ahí y un día bajé de la nube en la que suelo ir montada cuando voy por la calle y me fijé. O fue una de esas intervenciones sutiles, rápidas y encantadoras que de repente, sin darnos cuenta, aparecen para romper nuestra rutina visual.
Ahí estaba, blanco, sencillo, elegante, perfecto… un pasadizo que conecta el “carrer de les Penedides”, paralelo a las Ramblas, con el “carrer Nou de la Rambla”, directamente dirigido hacia el maravilloso y casi oculto, Palau Güell.
En este tipo de intervenciones queda patente cómo lo sencillo suele lograr un gran resultado. No recuerdo cómo era antes… pero me imagino un paso oscuro, casi siniestro. Ahora, las paredes de este pasadizo están revestidas con ladrillo, colocado sin junta vertical, respetando los huecos existentes de puerta y ventanas. la pared de ladrillo sale hacia el exterior, doblándose ligeramente, invitándonos a pasar. Al otro lado, el Palau Güell.
Paso…
El techo es simplemente maravilloso. Las instalaciones existentes están cubiertas por un filtro de armaduras de hierro, utilizadas en construcción para armar las estructuras de hormigón, colocadas paralelamente.
Ves y no ves. Precioso… De nuevo, el blanco absoluto. Luz.
Detalles… sencillos, maravillosos.
Este pequeño gran descubrimiento ha cambiado mi rutina. Me gusta desviarme y atravesarlo. Para ir, para volver. Para admirar esta pequeña gran joya que Barcelona ha puesto al alcance de nuestra mano.
Recuerda… abre los ojos y se llenarán de luz.